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...Se tanteó el pecho y camisa buscando cigarrillos. Encendió uno: la ceniza cayó en el agua aceitosa, flotó un instante y se hundió. Como no soplaba una brisa, podía hacer esos anillos de humo en los que era experto. Una chupada, una seguidilla de anillos perfectos, otra chupada y un anillo grande y otro chiquito que se metía dentro del primero. Asqueado, tiró el cigarrillo por la mitad. Tenía la boca pastosa de nicotina y el estómago revuelto por no comer.
ENRIQUEZ MARIANA
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