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El santuario que lo instaban a presidirse le figuraba unque nunca había tenidoocasión de visitarlocomo el más sagradoque conocieran los hombres, la casa de la infanciadel poeta supremo, la meca de la raza angloparlante.Los ojos se le llenaron de lágrimas, aun antes que a suesposa, cuando miraron juntos la estrecha prisión donde vivían, tan sombría en sus luces, tan fea en su trajín, tan alejada de cualquier sueño, tan intolerable para cualquier gusto. Sintió como si una ventana se hubiera abierto a un enorme bosque verde, un bosque de nombre glorioso, inmortal, poblado de vívidas figuras, cada una ilustre, del que se oía un murmullo, profundo como el sonido del mar, que era el susurro, entre la sombra arbolada, de toda la poesía, la belleza, el color de la vida.
JAMES HENRY
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