Perla

No es raro que los hijos escriban sobre las madres, pero sí es raro, por una cuestión estadística, que un hijo viejo escriba sobre una madre anciana. En este caso, el hijo que narra tiene más de 60 años, y la madre, 90. Es un encuentro posible, pero improbable, y más improbable aun es que el escenario de ese encuentro, en vez de un geriátrico, sea la enorme casa familiar en un pueblo de Mendoza, donde la mujer vive sola, asistida por una empleada doméstica y rodeada de alarmas de seguridad.Sin embargo, la singularidad del libro de Videla no proviene tanto de esa suma de improbabilidades, que vuelven única a su historia, sino de su prosa sensible, tan sensible que parece mimetizarse con los gestos y las palabras de su madre. No sólo la describe, no sólo la retrata, la siente, la vive, camina con sus pasos, habla con su voz, como en esta escena en que ella va a esperarlo a la terminal de ómnibus: ¿Por qué viniste?, le pregunto. No es nada, me dice, cómo no voy a venir a esperar a mi hijo mayor. La veo cansada, pálida. Tiene noventa años, recién cumplidos. Se cuelga de mi brazo con pudor, como si aceptara apenas que fuera yo el que necesita su brazo, para caminar los cincuenta metros que nos separan de casa. No puede creer que el viaje fue horrible, para ella todo es lindo si es lo que nos acerca. Tiene que ser lindo