Elisa Lynch fue, en su época, la mujer más poderosa de América. Alguien a quien el amor cambió el curso de su destino. Nacida en Cork, Irlanda, muy joven viajó a Londres, luego a Francia y finalmente, llevada por un temprano y equivocado matrimonio con un médico francés, llegó a Argelia. De regreso en París, ya sola, su vida se cruzó con la de Francisco Solano López, hijo del presidente del Paraguay, un país próspero al que Europa miraba con interés.El amor fue un estallido entre la irlandesa y el generalito sudamericano. En la capital francesa vivieron días dulces y apasionados, hasta que él, terminada su misión, fue llamado para volver a la patria. Entonces, llegó la propuesta y el acuerdo: separadamente, viajarían hacia Asunción, donde volverían a verse.La capital paraguaya fue testigo de un reencuentro feliz. Elisa llegó con su primer hijo en brazos. El lazo que los unía fue apretándolos con el transcurrir del tiempo, más allá del rechazo de la sociedad asunceña, en especial, la propia familia López, que no podía admitir esa relación del hijo dilecto con una mujer a la que reprochaban un oscuro pasado.Mientras llegaban más hijos, Elisa y Francisco, ajenos a los desplantes y a la maledicencia, disfrutaban su relación, aunque al mismo tiempo él, con la ayuda de ella, iba abriendo el camino hacia la presidencia, a la que llegó después de la muerte de su padre.De pronto, una guerra atroz, despiadada, irrumpió en sus vidas. La Argentina, el Uruguay y el Imperio del Brasil habían firmado una alianza contra el Paraguay para dirimir conflictos de poderes que, en el fondo, les eran ajenos.Cuatro años duró la Guerra Grande. Un período signado por el espanto, en el que no se respetaron reglas ni códigos ni las más elementales leyes de humanidad.En ese escenario, Elisa Lynch, mujer de temple y coraje, iba a permanecer junto a Francisco Solano López, el único hombre al que había amado. Después de haber compartido los días de gloria, de esple
