Sangre de mi sangre.Que corre, que se derrama, que se vuelve fuego. Lanzada a la inmensidad de un mundo despiadado para dejar marcas. Una historia del margen, del pueblo desde su más profundo sentido de pertenencia. Y porque el tiempo solo perdona a los osados, a los que se animaron a construir para dejarle a los que vienen detrás.Estas historias siempre fueron nuestras. Fueron las cosas que me contaban mis nonos. Son mi mamá. Son el tío solterón y de una sola mujer el preferido de la autora que me dio el nombre, y que sonreía tan grande que nunca importaron esos dientes manchados. Siento que todavía toco las orejas del nono que me relataba la historia cada vez que me llevaba a cococho. Las vueltas en la Mercedita, las idas al campo, el encargue de juntar los duraznos blancos y amarillos, las ciruelas negras y blancas, los damascos, los higos, los huevos de la tía María. El escopetazo del tío Carlos a la gallina que pasaba caminando delante nuestro, y la nona que le gritaba animalinstante después de haberle pedido un pollo para comer. El tío Alfredo, el camión y el magnífico humor de la tía Porota, las mentiras del tío Juan, los lentes de la tía Dora. El loco del tío Antonio que solo hablaba de música. Las siestas al sonido de la Naumann de la nona a la espera de la fiel tía Elena que despacito venía por la vereda, a veces sola y a veces con el tío Toto. Y los dos dedos de vino que el nono me pedía antes de comer sin que me viera la nona. El banco de las juntadas sobre Cochabamba y la vida de ese callejón. Fueron mi infancia, fueron mi contacto con esa gringada trabajadora y feliz de vivir la vida.Para mí ya todos eran viejos, viejos ahora de mi edad y no soy viejo, creo. Por supuesto que todo esto pasó después de la historia del libro. Una historia de lucha y de resistencia en un entorno hostil por momentos, que fue siendo transformado por el amor de esos gringos aventurados en su desesperación. La vida misma es así, llena de fraca
