altaban apenas un par de semanas para cumplir los veintiséis, que planeaba festejar allí mismo, en la estancia El Calchaquí, en compañía de sus amigos dilectos, tan porteños y aristócratas como él. Era hora de pensar en lo que vendría después, en cómo enfrentar la vida se pasó la afilada navaja varias veces por cuello y rostro, lentamente, saboreando ese momento, complacido de que el destino lo hubiera colmado de lo que todo mortal necesita para disfrutar de una existencia hedónica, sin sobresaltos a la vista: un apellido ilustre, fortuna, inteligencia, buena pinta qué más podía pedirle a la vida. No en vano, era un católico ferviente que, siguiendo la tradición familiar, cada día agradecía a Dios tanta generosidad derramada sobre su serPor esas horas, Abel Ayerza ignoraba que el destino le tenía preparada una celada que truncaría abruptamente esas ilusiones.Corría el año 1932. La mafia local, amparada desde círculos policiales y judiciales, operaba a sus anchas y sus crímenes eran moneda corriente. El secuestro del joven Ayerza sacudió al país, ganando la primera plana de los diarios y convirtiéndose en un caso con fuertes implicancias políticas e institucionales, como suele suceder cuando el protagonista pertenece a la alta sociedad de su tiempo.Esteban Dómina nos entrega otra obra de investigación histórica pulcramente escrita y sólidamente documentada que, como las anteriores, recrea fielmente el clima de época y rescata hechos resonantes de nuestro pasado.
