Esta obra incluye dos partes que se diferencian nítidamente. La primera es una narración, presentada bajo la forma de testamento, que el devoto y pacífico rey Numa Pompilio hace sobre los hechos más salientes de su reinado, no exenta de ironías y comentarios punzantes pero que se ciñe estrictamente a la realidad histórica, en la medida que la época mítica de la monarquía romana sea en verdad una realidad histórica, la cual nos trae reminiscencias de Las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar. En la segunda, el autor deja volar libremente su imaginación, despegándose de las circunstancias de tiempo y lugar en que Numa vivió, para poner en su boca comentarios y reflexiones que, de alguna manera, recuerdan los que Umberto Eco vierte en su obra La misteriosa llama de la reina Loana, y que bien podrían aplicarse a la realidad de nuestros días. De este género son sus alusiones a la igualdad entre los hombres, a las creencias religiosas politeístas que implican la convivencia de muchos dioses unos subordinados a otros, a la justicia humana y la forma de impartirla que frecuentemente no contenta ni a vencedores ni a vencidos, a la realidad de la existencia de hombres que trabajan y de otros que no lo hacen pero vegetan merced a dádivas obtenidas a costa de aquellos, a la soberbia de algunos que se creen líderes o eruditos sin serlo en realidad, al expansionismo de una gran nación ubicada al norte que no se nombra pero que puede fácilmente identificarse, a la realidad de la muerte y las disquisiciones sobre la inmortalidad del alma o acerca de cuál es la mejor manera de disponer los restos de los difuntos, para mencionar tan solo algunos temas. Un esfuerzo literario que vale la pena leer y disfrutar.
