Llamó por teléfono a una hora que no me tenía acostumbrado. Quería que cruzara a su casa y no adelantó más nada. Sólo la noté cansada, desganada, las palabras apenas podían salirle de la boca. Abrió la puerta. hhhno hagás ruido. Mamá duermepasá. Las luces estaban apagadas. Los reflejos que llegaban de la calle por las persianas iluminaban el interior. No tuve problemas para desplazarme, conocía todos los rincones de la casa. La habitación olía a tabaco y a un perfume que usaba por las mañanas. Asfixiaba. brí la ventana ije. o. ¿Para qué? Hasta cuando hace frío mamá deja abierta la suya para escuchar. Si lo sabéso lo sabía. Puso en mis manos una agenda que utilizaba como diario íntimo. Me pidió que leyera en la página abierta y prometió que volvería en unos pocos minutos. La fecha anotada, dentro de un recuadro con líneas improlijas en el margen superior izquierdo, hacía referencia al siete de febrero de dos años atrás. Traté de recordar qué había hecho en ese mes. Por esos días fuimos a visitar a la prima de mamá. El párrafo comenzaba con la palabra perdón repetida y subrayada tres veces. Abajo de ese renglón estaba escrito con oraciones cortas el robo a mi casa. El lugar por donde entraron los ladrones, el tiempo que estuvieron, y las cosas que se llevaron. De todo eso lamenté la perdida de una sola cosa, la colección de monedas. Repasé lo que tuvimos que vivir desde aquel momento. La transpiración me mojaba las palmas de las manos y el borde de la frente. 2 El robo sucedió a pocos meses de la muerte de papá y fue un impacto fuerte para todos. No por lo que se llevaron, que era importante, sino porque quedó en evidencia que él ya no estaba. Nadie tenía su capacidad para resolver problemas. Ninguno de la familia enfrentaba una situación adversa sin consultarle. Trabajó de mozo en algunos bares del centro. Volvía a casa con una gran cantidad de monedas que le dejaban de propina. Las desparramaba sobre la mesa, apoyaba el dedo índice en ellas y las
