Una Caja Llena De

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Sudamericana
DEVETACH LAURA

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Seguramente, mientras yo nacía un 5 de octubre de 1936, mi mamá trabajaba atendiendo el notorio arribo y a la vez pensaba si mi abuela podría darse vuelta sola en la casa con tanto trajín. Seguramente lloraba al verme así, toda recién nacida y tan gritona y pensaba en mi nombre, mientras también pensaba en el almuerzo de mi papá. Mientras escribo esto y tomo un mate con peperina y espero que vengan a retirar un paquete de una editorial y en el horno se dora una calabaza cortada en rodajas, a la manera de mi abuela, quiero compartir los mientras. Porque para mucha gente son una forma de vida, sobre todo si se es mujer, se trabaja con chicos y a una se le da por ser artista. Mi vida tuvo, entre otras, dos facetas bien marcadas: la de laburante y la de artista. Muchos creen que quien anda escribiendo, pintando o cantando, muy laburante no es, porque el de artista no es trabajo. A veces se dio la buena y una pudo hacer un poco de televisión, teatro y libros. Otras veces, las más, fue el momento de los mientras, Mientras soy docente, cuido de la familia, hago notas periodísticas o talleres, puedo también ser artista. Me recibí de maestra con guardapolvos de tablas impecables y buenas notas. En 1956 fui a trabajar a un pueblo del norte de Santa Fe. Tenía un segundo grado con 56 alumnos que oscilaban entre los siete y los diecisiete años. Daba clases, según el día, en la sala de música, en ritmo de Febo asoma, o en una iglesia vieja que se había convertido en palomar. Y las palomas eran comilonas. Y nosotros estábamos abajo. En esa época escribía lo que me saliera en papelitos sueltos o en un cuaderno de tapas duras que después se me perdió. Los papelitos jamás se pierden. Estudiaba Letras en Córdoba, así que viajaba casi veinticuatro horas para rendir. Eso no le gustaba nada al director. Mis alumnos trabajaban casi todos en la cosecha del algodón y de la caña. Y nosotros teníamos la obligación de darles deberes. Un día reté a un gordito de rulo
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