El libro de Graciela Ferrás cumple con la extraordinaria tarea de situar a Ricardo Rojas en un cuadro de relaciones intelectuales de época que siempre apareció delicadamente huidizo. Revisa epistolarios, pronuniamientos, periódicos cuyos nombres escapan al lego, y registra los minuciosos recodos de su archivo personal, repleto de intercambios y misivas olvidadas. De ese archivo, que seguramente recibía muy pocas visitas, surge en gran parte este exhaustivo trabajo de Ferrás para darle vida a un personaje crucial y polémico, cuya invocación no ha cesado en la actualidad, y quizás valga decir que se hace más necesaria hoy. Cribado de minuciosas discusiones, este trabajo es una contribución esencial para adentrarnos mucho más profundamente en el drama intelectual argentino, con sus figuras dolientes que se destinan a exlicar las tribulaciones de su nación y de la humanidad, aunque es a ellas a quienes se las debe explicar habitualmente. Rojas se interesó por Ollantay, escrito fundamental y de origen incierto, motivo de la antigua discusión entre Mitre y López, uno dándolo por hispano, otro por incaico. Atraído por ese grandioso imán escribe una obra de teatro estrenada en el Nacional Cervantes a fines de los años 30. Esos textos casi ignotos imploran atención con gemidos apenas audibles, lo imploran sin nunca decirlo plenamente. Graciela Ferrás escuchó ese silencioso clamor de Ricardo Rojas. Y de esa audibilidad tan acrisolada como metódica sale este libro.
